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Tenía una mirada perdida, como viendo el horizonte en una poza de una calle empedrada... sin más que unas amigas en su diario vivir que consumían su caminar.
El paseaba siempre solo como buscando felicidad perdida, como tratando de recordar una vida pasada, o como intentando olvidarla.
Iba de lugar en lugar, sin pedir se le daba... talvez por compasión, talvez por esa ternura que reflejaba el horizonte que dejó su mirar perdido.
Era libre, nadie le decía nada, más que uno que otro inconforme con su presencia. Prefirió este tipo de andanzas al que le tenían acostumbrado en un lugar desmembrado.
Cuando pudo afiló el diente y se echó a correr, prefirió el hambre al castigo, el liberar sus energías a verlas encerradas en 4 paredes y hoy no se arrepiente del destino que tomó.
Hoy lo veo desde el umbral de esta puerta, descansando en una tierra tan suya como mía, en la que me invita a sentirme bienvenido. Una caricia que sobraba es todo lo que necesita para continuar con aliento, para continuar recorriendo las empedradas calles que siempre conoció.
Si tan solo pudiera hablar y me contara todas sus aventuras, sus andanzas o su encierro en ese saco que usa, tan pacífico en la vida que escogió, porque pudo escogerla...? y me regaló una mueca, un salto y un meneo, para que comprendiera que era su sonrisa.
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