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Cinque Terre

Finalmente logré llegar a su encuentro, después de un sin fin de paradas, del calor de junio y varias horas en un tren, nada de eso importaba al contrastar la vista del horizonte entre mar y cielo, de riscos y parajes soñados, mezclando sus colores, percibiendo aromas a lirios de mar.
Recorrí sus veredas, sus caminos empedrados e inclinados, visualicé sus vestidos, tan apropiados en cada una de sus etapas, contemplé sus atardeceres, noches y lunas. Vi a la luna caminar en dirección hacia mí. En el camino a mi destino penetré un oscuro túnel y dentro de él capté y plasmé en alguna cámara prestada una fotografía de su silueta, solo una sombra en la penumbra, ondeaba su vestido al compás del viento cruzado -que arrojaba un frío peculiar-, la perspectiva que da una fotografía tomada a treinta centímetros de un suelo empedrado, húmedo y frío era captada por el lente de esa cámara y una luz.

Luz artificial de los faroles que emana romanticismo clásico, puro y luz natural al final del túnel, sus paredes decoradas con fotografías dentro de mi fotografía con tonos blancos, negros y sepias y un sabor a esperanza.

Caminé y caminé, sin detenimiento... y fui feliz mientras recorría veredas cada vez más difíciles, el camino era complejo, la temperatura era candente, pero el deseo por descubrir era inmenso, así que contra toda variable que podría ser un obstáculo me abrí camino en todo el sendero, en su selva de amores, contemplando candados que atan el amor... -encontré peculiar la forma en que muchos expresan su amor, atando con un candado su unión por siempre y ¿en dónde queda la libertad? ¿queda privada de acción? Mejor caminamos siempre juntos por convicción-.



Conocí un lugar hermoso, no creía lo que mis ojos leían... no quería creerlo, aún no quiero creerlo.

Después del camino, de recorrer tantas vivencias, dejé mis huellas en él, dejó sus huellas en mi. -recuerdo que para evitar mi aburrimiento o hacerme el desentendido ante algún evento decidí arrojar piedras hacia el mar una más lejos que la otra hasta que se perdieran de mi vista- de sentir el aroma tan peculiar de bosque y sal. Ahora todo estaba inundado de piedras, escombro, lodo y metal. Devastación total. En Vernazza -que fue la más afectada-, el lodo llegaba hasta cuatro metros de altura, es decir prácticamente al segundo nivel. De encontrarme en la cima de los escombros podría quitar del tendedero en Manarola los vestidos verdes dispuestos en aquella ventana. Todo fue tan repentino. Llegó una tormenta y causó
estragos en la infraestructura de cada uno de los cinco pueblitos pintorescos y se llevó su encanto.
Los cinco pueblos más peculiares, curiosos, exquisitos y hermosos que había recorrido en un momento de ensueño, habían dejado de existir, todo se había derrumbado. Repentinamente me vi inmerso en una tristeza profunda.
Habían dejado de existir como yo los contemplé, como yo los conocí. Pero eso no importa porque el sentimiento es real y por lo tanto existe -pensé-. Si hacés una imagen de algo en tu cabeza y lo creés entonces es real, me dijo un amigo psicólogo por un día.-

La vida sigue y esa tierra exquisita allí continúa, el sol salió nuevamente y ahora su gente tendrá que levantarse de los escombros. Tan hermosa y tan vulnerable, todo en esta vida corre un riesgo.
Ahora esas tierras, le cinque terre, volverán a hacer su vida, harán sus caminos nuevamente, de la forma en que mejor puedan adaptarse, no quieren saber de nada que tenga que ver con la destrucción de su cotidianidad, mientras no pueda ayudarle no busca nada de mí.
Extraño la brisa del mar en mi rostro, una gota de sudor en mi rostro. De momento estoy lejos de esas tierras, escuché el susurro del viento decir que ahí estará, que esperará mi regreso. Solo quiero regresar. Cómo será nuevamente el volvernos a ver de frente al mar, solo esa barca, lista para adentrarse en el mar e ir de pesca, un buen vino para ver la puesta del sol. Todo habrá quedado en pausa? Pareciera que el tiempo no avanza. Luz y tiempo, variables claves para tomar una fotografía.

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