Transportarse a tus tierras, nunca aburre. Escucharte una y otra vez, es un tanto envolvente.
Qué cosa inventaré hoy, para conocerte? Dicen que ayer existía un príncipe, pendiente de gobierno... y la historia va algo así:
Canta como un dios, con su flauta de pan... suenan en su partitura, notas de trigo.
Permitase un momento, no se marche aún... enfrente esta batalla y libere su destino, dijo la señora codorniz.
-Cogió una rama y creyó tener un báculo mágico, con influencias de un centauro... No sabía bien qué era, ni dónde asentarse, ¿podría hacerle daño a la piedra donde reposaría su figura? Era un ermitaño, no sabía a dónde caminar, era un ser único, no sabía dónde se fusionaba su historia con su entorno, su pelaje con sus pezuñas.
Platicó un día más con el arcoiris, y descubrió en el reflejo del manantial una tierra nueva... aguas nuevas donde las gotas de lluvia y los rayos del sol, formaban figuras que él no conocía, que él creía no haber visto. Realmente se privó la idea de ver, en un buen tiempo atrás, no conocía su propia tierra, sus huertos, sus poblados y viñas. El lobo y el grillo, se volvieron sus aliados y recorrieron varios caminos de entusiasmo, el uno le enseñó a ser y el otro a sobrevivir, a sentirse vivo, al agradecer con cada suspiro y parpadeo.
Al nacer le dijeron lo que él permitió escuchar, que no podía gobernar, que era diferente y eso no le dejaría un día ser rey. Que lo abandonaran fue el mejor destino que pudo algún día esperar, porque hoy pinta arcoiris casi tan perfectos como sonrisas, vuelve a ser el príncipe del bosque, la cigarra su compañera y el árbol su amigo fiel. La herencia se lo negó, este es un universo perfecto y lo que fue suyo, siempre lo será... él lo ganó, con cada sonrisa, sudor, saludo y entrega fiel a las criaturas que conoció y convivieron con él.
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